British Argentina - Un posible desenlace a las Invasiones Inglesas

 
Comúnmente siempre se intenta imaginar un mundo donde los eventos históricos hayan seguido un curso diferente y la Argentina no es una excepción. Quizás no haya un punto en nuestra historia que genere más controversias que una posible victoria de las fuerzas británicas durante las Invasiones Inglesas.
En este artículo plasmo mis ideas sobre cuán hubiese sido el destino del país si las fuerzas de Beresford hubiesen triunfado en 1806.
 


La imaginación de Cao nos muestra una Argentina británica.
Caras y Careta #22 - Hemeroteca Digital de la BNE


British Argentina
por Bruno Ivan Correia (bicorr@gmail.com)

Siempre que se aprende sobre un hecho histórico surge la tentación de intentar imaginar cómo habría sido la historia si algún evento hubiese ocurrido de manera diferente.
Un General que llega tarde puede cambiar el curso de una batalla, una información mal transmitida puede causar caos en el plan mejor organizado y un cambio súbito del clima puede mandar al fondo del océano a la flota más poderosa.
Muchas cosas de la historia argentina se prestan a estos arranques de la imaginación, pero ninguna causa tantas y tan diversas reacciones como las Invasiones Inglesas.
Algunos afirman que ganando los británicos Argentina sería hoy comparable a Australia o Nueva Zelanda. Del otro lado, los defensores de la gesta libertadora tildan a cualquiera que no esté de acuerdo con ellos de traidores y afirman que Argentina, por el contrario, sería similar a alguna de las fallidas colonias británicas del África.

Casi desde el principio debemos descartar que una victoria británica hubiese vuelto a nuestro país un análogo de alguna de las exitosas (o de las fracasadas) ex colonias del Reino Unido.
Quienes afirman que la victoria británica hubiese significado un presente de brillo anglosajón en nuestras tierras omiten ciertos detalles que pueden ignorarse fácilmente pero que marcan una completa diferencia con el desarrollo histórico de los países nombrados.
El primer punto es la gran diferencia entre los sistemas de gobierno españoles y británicos. El Imperio Español era una monarquía absoluta. El Rey era la cabeza del imperio y su palabra era ley inapelable, todos los demás órganos de gobierno emanaban de su poder, al punto que el Virrey era un funcionario considerado como la extensión misma del Rey.
Gran Bretaña, por el otro lado, era (y es) una monarquía parlamentaria. Esto significa que el Rey carecía del poder total, el Parlamento tenía el poder de desautorizarlo y se reservaba para sí una gran cantidad de atribuciones que no podían ser contradichas.
Esta diferencia, aunque  pueda parecer menor, marca una forma de gobernar que fue heredada por los territorios que cada una de las potencias colonizó. Las colonias españolas tendieron a ser verticalistas (lo que facilitó más tarde el surgimiento de caudillos locales todo poderosos), las colonias de Gran Bretaña importaron el modelo parlamentario que creó una aproximación más participativa y horizontal del poder.
Cabe aclarar que esta afirmación es una generalización y debe ser tomada como tal. No es posible analizar cada uno de los casos y su evolución política actual sin perder el punto de este artículo, pero grosso modo el desarrollo histórico demuestra que en la mayoría de los casos este patrón tendió a ser la norma.
Teniendo en cuenta las diferencias en los tipos de gobierno debemos analizar la situación del Virreinato del Río de la Plata comparada con otras colonias británicas.
Australia y Nueva Zelanda eran territorios vírgenes de presencia Europea. Los primeros colonos estables fueron británicos y desde el primer momento el poder estuvo en manos de las autoridades británicas. Además, ambas colonias eran relativamente pequeñas y aisladas del resto del mundo.
El Virreinato del Río de la Plata, por el contrario, para el momento en que fue invadido por las fuerzas de Beresford tenía una inmensa población hispánica, criolla y aborigen que había vivido 300 años bajo el dominio de la corona española.
Estas diferencias eran magnificadas por la brecha religiosa entre ambos grupos, mientras que la mayoría de la población de la América Española era Católica los británicos eran protestantes.
No hay otros ejemplos en la historia de las conquistas de Gran Bretaña en la que haya impuesto su gobierno sobre un extenso territorio poblado por una gran cantidad de habitantes Europeos con una larga historia de afincamiento. Es imposible y un poco tendencioso comparar los inicios históricos de la Argentina con la situación que Australia y Nueva Zelanda vivían por ese entonces. Claramente estamos frente a lo que hubiese sido un fenómeno único y es imposible tomar otros ejemplos como una hoja de ruta a seguir para responder a nuestra interrogante.

Parados en la vereda del frente, se encuentran los nacionalistas cegados que afirman que cualquier insinuación de un presente mejor, como resultado de un gobierno británico, es la afirmación de un traidor a la patria que echa por tierra la gesta de los nobles criollos que concluyó en la emancipación de nuestro país.
Este grupo también desconoce (o elije ignorar) ciertas evidencias que nulifican su argumento. Lo más importante de esto es que la victoria sobre las fuerzas del Reino Unido, especialmente la de 1806, fue una victoria para la corona española, no para los republicanos criollos.
Nada hubiese complacido más a los criollos que la victoria de los británicos, como un medio para conseguir rápidamente la independencia que muchos de ellos soñaban en secreto.
Hombres de la talla de Belgrano, Castelli y Pueyrredón (entre tantos otros ilustres luchadores de la independencia) vieron con buenos ojos la llegada de las casacas rojas al suelo rioplatense. Estas fuerzas sin duda les darían la oportunidad de terminar con seguridad el dominio español y establecer un gobierno propio.
Sin embargo había un problema: la expedición que dirigió el Comodoro Popham para atacar el Río de la Plata no fue sancionada por la Corona Británica y por tanto ningún comandante estaba en condiciones de dar seguridades sobre el futuro estatus del territorio. ¿Sería un país independiente o una colonia de Gran Bretaña? Nadie podía responder esa pregunta.
Los republicanos criollos se encontraron en una difícil situación, empeorada por el mínimo número de tropas con las que los británicos tomaron la ciudad. Si bien muchos deseaban pronunciarse a favor de los invasores, hacerlo implicaba correr el mismo futuro que ellos. Si la ciudad era reconquistada cualquier criollo que los hubiese apoyado abiertamente sería, muy probablemente, fusilado.
No es de sorprenderse que los apoyos a los británicos fueran con reservas en un principio. Cuando se descubrió que el General Beresford (que ocupó el cargo de gobernador) no tenía las facultades, ni las ordenes de garantizar la independencia del territorio, el apoyo criollo se evaporó rápidamente. Nadie quería dejar de ser una colonia española solo para volverse una colonia británica.
Muchos, como Belgrano, abandonaron la ciudad para no tener que jurar lealtad al Rey británico, mientras que otros como Pueyrredón, se pasaron activamente a la resistencia, sabiendo que participar en la Reconquista les daría mejores oportunidades de armarse y hacerse con el poder por sus propios medios.
Por tanto, visto el papel de los republicanos criollos como principales colaboradores frustrados, debemos dirigir nuestra atención a quienes fueron los grupos que presentaron la mayor resistencia (especialmente durante los eventos de 1806).
Estos fueron:
  • El pueblo bajo, fervorosamente católico y devotos del Rey Carlos IV.
  • Un grupo de catalanes secundados por el comerciante Alzaga, quien tenía sus miras en aprovechar la oportunidad para potenciar su poder político en la ciudad y en el mejor de los casos llegar incluso a la posición de Virrey.
  • El Virrey Sobremonte, que a pesar de sus errores en la defensa de la ciudad se retiró a Córdoba a buscar refuerzos siguiendo sus órdenes y no presa del pánico y la cobardía como la historia nos ha enseñado.
  • Las milicias (de Buenos Aires y Montevideo), que a diferencia de lo que muchos dicen no fueron todas creadas con posterioridad a la invasión. Muchas de ellas ya existían con anterioridad al ataque británico.
  • Y por último gran cantidad de oficiales españoles, que a pesar de haber prestado juramento de no volver a alzarse en armas contra los británicos, se unieron a los combates de la reconquista.
No es mi intención afirmar que ningún criollo combatió contra los británicos, pero es importante remarcar que la derrota británica era contraría a los intereses de la mayoría de los criollos que vivían en Buenos Aires y que deseaban un país independiente. De haber cambiado alguna circunstancia no deberíamos sorprendernos de que los libros de historia recuerden a varios de nuestros héroes combatiendo junto a las tropas invasoras.
Quienes quieren creer que solo los apellidos hoy asociados con las familias oligarcas, y con algunos de los personajes más nefastos de nuestra historia, fueron los únicos que auxiliaron al invasor caen en un infantil deseo de rastrear con una línea genealógica a los malos y los buenos de la historia. Esto simplifica y desdibuja las motivaciones de los actores involucrados en este evento y debe ser descartado.

Con todo esto en mente, podemos comenzar a pensar un escenario plausible, donde los británicos podrían haber mantenido su dominio sobre estas tierras. Para no extenderme demasiado elegiré una línea temporal donde la primera invasión fue la exitosa y la segunda nunca fue necesaria.
Como ya dije con anterioridad el principal obstáculo británico para asegurarse el apoyo local fue la incapacidad de Beresford de garantizar que el dominio británico sería la antesala de la independencia.
Podemos imaginar un escenario donde la flota llegó a nuestras costas con órdenes explicitas de prometer la independencia en el futuro o en la que el poder militar que trajeron los británicos los convertía en una apuesta segura para los criollos.
En ambos casos es probable que tomada la ciudad, las principales familias hubiesen apoyado públicamente la invasión y juraran abiertamente su lealtad al Rey británico Jorge III.
Sin duda el temor a que esto ocurriera es lo que llevó al Virrey Sobremonte a abandonar la ciudad con dirección a Córdoba y no hacia Montevideo, donde habría quedado atrapado entre los portugueses (aliados de Gran Bretaña) y la ciudad rebelde de Buenos Aires.
Es poco probable que la independencia hubiese llegado inmediatamente, el peligro de la expulsión obligaría a los británicos a mantener un férreo control militar, apoyados por milicias criollas. Probablemente no hubiesen faltado complots para intentar liberar a Buenos Aires del invasor, pero existían pocas posibilidades de que pro-españoles de fortuna, como Alzaga,  se hubiese arriesgado a financiar un complot con bajas chances de éxito.
Llegados los refuerzos, los británicos habrían atacado Montevideo y asegurado la Banda Oriental ganando el control total del Río de la Plata. Ya sea tomada por la fuerza o mediante la negociación, Montevideo no podría haber aguantado un ataque de una fuerza británica bien preparada (como lo demostró la segunda invasión).
Sin duda Sobremonte habría llegado con su ejército desde Córdoba, pero si los británicos contaban con más tropas, el apoyo de los criollos, o ambos, es poco probable que los españoles hubiesen podido vencer a los invasores en un combate a campo abierto. Una victoria española de ese calibre solo podemos imaginarla combatiendo dentro de la ciudad, con un fuerte apoyo popular y superioridad numérica.
Sin embargo, aunque la derrota del Virrey deja abierta las puertas del interior es de imaginar que los británicos habrían evitado avanzar más. Para ello necesitaban mayor cantidad de tropas y es difícil que en el contexto de una guerra contra Francia y sus aliados, Gran Bretaña hubiese deseado mandar aún más soldados a luchar en América.
Es probable que la influencia británica se extendiera hasta zonas como Lujan pero no mucho más. De todas formas, con el control sobre el estuario del plata, efectivamente se ponía un tapón a la única vía de comunicación directa que los españoles del interior tenían con el Atlántico.
Esos primeros años se habrían aprovechado para la organización de un gobierno criollo. De forma similar a los eventos posteriores a 1810 no sería de extrañar que muchos españoles hubieran tenido que marcharse al exilio.
Los eventos en España ocurrieron como en nuestra línea de tiempo: Fernando VII fue  depuesto por Napoleón con lo que efectivamente España pasó a ser aliada de Gran Bretaña.
En nuestra historia eso no detuvo a los británicos de suministrar pertrechos de guerra y asistencia a las colonias en sus guerras de independencia, pero en esta realidad que estamos imaginando se habría hecho complicado el justificar una ocupación por tropas británicas de un territorio español.
A esto debemos sumar que en 1812 Gran Bretaña se vio enfrentada a Estados Unidos en una guerra que, si bien fue secundaria para la potencia europea, demandó gran cantidad de tropas, suministros y duró casi tres años.
Todo esto, sin duda, habría precipitado el deseo británico de que su nueva posesión adquiriera un gobierno propio y fuera este gobierno quien llevara adelante una guerra para conquistar el resto del territorio, con un mínimo de intervención británica.
En un contexto de desorganización generalizada tras la deposición del Rey español, los hechos de la Guerra de la Independencia se habrían desarrollado de forma similar, aunque sin la amenaza de una invasión española al Río de la Plata por haber una mayor presencia de la Royal Navy.
Personajes como San Martín, Bolívar y O’Higgins no nos serían desconocidos y probablemente hubiesen jugado un rol similar durante las campañas de la independencia.
Ya con un gobierno criollo formado y en campaña contra los españoles probablemente los británicos hubiesen dejado un grupo de soldados testimoniales en algún enclave militar, quizás la Isla Martín García, que le daba un dominio total sobre el estuario del Plata.
La reacción de las provincias no sería muy diferente a la que se dio en nuestra historia. La tendencia centralistas de Buenos Aires chocaría de frente con las pretensiones federales del interior, pero la guerra contra los españoles y la amenaza velada de una intervención británica bastarían para mantener a las fuerzas independentistas cohesionadas, al menos durante los primeros años de la guerra.
Podemos imaginar un desenlace de la Guerra de Independencia no muy diferente al que conocemos. San Martín cruzando los Andes, liberando Chile, Perú y reuniéndose con Bolívar quien sin duda habría llevado adelante su campaña tal como la conocemos.
Terminada la guerra la tensión entre federales y unitarios se dispararía tal como ocurrió en nuestra línea de tiempo. Sin duda la presencia británica en Martín García y su favorecimiento de un gobierno unitario fortalecerían la posición de Buenos Aires, pero terminadas las Guerras Napoleónicas y con el mercado europeo una vez más abierto, al comercio británico, es poco probable que Gran Bretaña hubiese invertido demasiado tiempo y dinero en una campaña militar a la Argentina.
Es probable que la Guerra Civil entre federales y unitarios hubiese trascurrido similar a como la conocemos. Quizás los nombres hubiesen cambiado, quizás Rosas nunca se hubiese hecho con el poder, pero la falta de interés directo de Gran Bretaña en el territorio habría dejado a los actores libres para luchar por la hegemonía política en tanto esto no afectara los intereses del Reino Unido. El conflicto centro-periferia se encontraba latente desde el momento mismo de la independencia y era prácticamente inevitable.
Es difícil determinar el destino de Uruguay y si la presencia británica hubiese favorecido su continuidad dentro de la Argentina o si se hubiese abogado por la creación de un Estado independiente. Probablemente los británicos hubiesen cortado por lo sano y fomentado un nuevo país por los mismos motivos que en nuestra historia, asegurar la división del control sobre el Río de la Plata.
También es poco probable que Paraguay hubiese formado parte del territorio de la actual Argentina. Este país, aislado y con fronteras altamente defendibles ya tenía sus propias intenciones independentistas y probablemente hubiese seguido su camino sin importar el resultado de la invasión británica de 1806.
Llegando a este punto se vuelve cada vez más difícil seguir deduciendo los posibles cambios sin acercarme peligrosamente al campo de la fantasía, pero puedo aventurar la opinión de que la desviación de nuestra historia no hubiese sido mucha ni muy grande.
Por ejemplo, es casi seguro que las Islas Malvinas hubiesen quedado en manos británicas sin importar lo que hubiese pasado en nuestro país. Su posición estratégica a kilómetros del Cabo de Hornos y su dominio sobre el Atlántico Sur las hizo invaluables para cualquier nación que pretendiera dominar los mares.
Quizás una relación más cercana con Gran Bretaña hubiese permitido algún tipo de arreglo diplomático para recuperar la soberanía de las Islas, pero no es descabellado suponer que si no hubiese ocurrido la guerra de 1982 ese camino hubiese sido mucho menos espinoso que en nuestra realidad.
Solo me queda afirmar que no creo que la Argentina hubiese sido muy diferente a la que conocemos hoy, aun cuando los británicos hubiesen logrado una victoria total en 1806.
Mi análisis se sustenta en la idea de que los eventos históricos pueden verse como un cuerpo en movimiento, su inercia los hace continuar con su trayectoria original. Si se pretende cambiar el curso de los eventos debe ocurrir algo lo suficientemente importante para cancelar la inercia que dirigió a los eventos hasta ese momento y darle un nuevo curso.
El movimiento independentista en América ya se encontraba en su infancia cuando Beresford ocupó Buenos Aires. Este movimiento se nutría de ideas que nacieron durante la Revolución de Estados Unidos y la francesa. Era cuestión de tiempo para que estas nociones maduraran en el territorio y la campaña británica al Río de la Plata solo precipitó los eventos.
Una prueba de esto es que todos los movimientos emancipadores de América del Sur comenzaron casi en simultáneo. Las ideas ya estaban en ebullición y la caída de Fernando VII solo activo algo que estaba a punto de explotar.
Muchos quieren creer, que la llegada de un gobierno británico al Río de la Plata, habría funcionado como un bálsamo curador para todos los problemas originales que fueron la fuente de nuestros problemas actuales. Corrupción política, caudillismo, falta de educación y participación política del pueblo y una estructura de gobierno que gravita siempre hacia el personalismo verticalista.
El problema de estas visiones es que, primero, suponen que los británicos se encuentran libres de todos estos problemas citando como ejemplos a sus colonias más exitosas, las que no están libres de defectos. En segundo lugar ignoran que la mayoría de nuestros problemas son heredados de un formato de gobierno que viene directamente del sistema monárquico español y que ya se encontraba profundamente arraigado en la población tras más de 300 años de dominación ibérica. Creer que los británicos podrían haber extirpado todos estos problemas en unos pocos años de ocupación es entregarse a un pensamiento mágico que escapa a la realidad.

Si aceptamos la tesis de la inercia histórica entonces debemos descartar que una victoria británica hubiese cambiado demasiado la historia que conocemos. Debemos dejar de buscar la solución a nuestros problemas en la llegada de un agente externo casi mesiánico y darnos cuenta que todos nuestros defectos son el resultado de cientos de años de historia y que su solución solo está al final de un largo proceso paulatino de cambio y mejora que debe surgir de adentro hacia afuera y no a la inversa.